La Fonoteca de Babel

Extracto del libro encontrado en la Biblioteca de Babel -

Hexágono

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Pared 1

Estante 4

Volumen 31

Página 240 / 410

- correspondiente a la transcripción del registro de un pentágono incierto de la Fonoteca *

Auscultando como detective el más allá detrás de la puerta, escuché, en uno de los incontables pentágonos por los que ha discurrido mi vida de fonotecario, una historia acerca del Universo (que, según el narrador de ésta, otros llaman “Biblioteca”).

Ahora que mis oídos apenas pueden descifrar lo que hablo y mucho menos lo que escucho, siento que previamente a empezar a contar esa historia debo explicar primero como me topé con ella, antes de que mi voz se convierta en un murmullo en el viento escaso que me rodea.

La Fonoteca, por la que he itinerado en el tránsito de mis días, se compone de un número super-exponenciado, tal vez transfinito, de salas pentagonales que se extienden cual micelio, ramificándose, una tras otra incesantemente, en numerosas direcciones. La longitud de cada una de estas ramas es dudosamente variable.
En cada una de las salas hay tres puertas, dos en paredes contiguas y otra a su lado opuesto. Éstas permiten el ingreso a otros pentágonos a veces y otras no, frustrando laberínticamente algún sentido lineal en la búsqueda. En los otros dos lados de la sala hay dos altavoces respectivamente enfocando al centro, y en éste junto a una tornamesa un disco metálico surcado de no más de 12 pulgadas de diámetro.

El hecho de que pueda existir un centro en la Fonoteca, del que emanaran radialmente todas sus salas, es materia de controversia entre los habitantes de ésta. He escuchado, en alguna de las salas superiores, en las que se supone que residen ciertos hechos que disuelven el holismo epistemológico, que la forma de los discos metálicos es una representación simbólica a escala del Universo circular expandido de la Fonoteca. En otras salas, sin embargo, se postula, quizá no contradictoriamente, que la Fonoteca es una esfera cuyo centro caudal es cualquier pentágono, cuya circunferencia es inaccesible.
El hecho de haber encontrado, según sentencia del tiempo, ese relato mencionado sobre la historia del Universo me hace pensar en la veracidad de la primera hipótesis; un centro fundamental de la Fonoteca que se conecta a un tipo de fructificación, cualitativamente diferente, que emerge verticalmente de ésta: la “Biblioteca de Babel”.

Cada uno de los discos, que se guardan impolutamente en las salas, reproduce o replica indistinguiblemente un sonido, o una secuencia de éstos, de manera cíclica y ad infinitum por una duración de 4’33’’. En alguna de mis exploraciones, siguiendo la inercia de una especie de algoritmo interno de movimiento o de intuición, me he encontrado con sonidos que han hecho erizar mi piel y otros, la mayoría, que han traspasado a través de mis membranas inmutablemente.

La resonancia del zumbido de alas de una parvada de colibríes sobre una laguna helada, la superposición de todos los truenos que impactaron sobre la ciudad de Sao Paulo durante el año 2015 comprimidos en un segundo, un grano de sonido del último llanto en mije, la vibración de la primera célula procariota burbujeando en su charco fundamental, el tic tac irregular de un péndulo caótico, el tic de unos pies de oruga sobre un cristal de cuarzo, el tac rebajado de un dedo índice impactando nerviosamente sobre una mesa de madera de amate, la evaporación de una gota de metano sobre la superficie de un mar en el ecuador de Urano, la narración mitológica de cómo Quetzalcoatl regresó a Tenochtitlán en forma de espejo negro humeante para expulsar a sus saqueadores, la narración en una voz aterciopelo-glitcheada de como un presidente de origen inuit colonizó el centro de la Tierra, saludos en 55 idiomas emitidos por inteligencia artificial pansexual, ruidos blancos, marrones, rosados, micacu, ruidos de superposición de todas las frecuencias con sutiles diferencias en su potencia espectral, ruidos en casi todos los pentágonos que inundan de sin sentido cualquier ánimo de indagación.

A parte del vacío generalizado que provoca el continuo encuentro con esta multiplicidad de cacofonías, en muchos otros discos se encuentra también, sorprendentemente y en diferentes cantidades dentro de las grabaciones, la antítesis material del sonido: el silencio, que va inundado ciertas salas periódicamente dejándonos atónitos en la escucha del pálpito de nuestro propio corazón.
Estos silencios reiterativos han propiciado una heterogeneidad de teorías al respecto, las más aceptadas entre los fonotecarios son: uno, que esos silencios contienen, en su duración, un sonido que sobrepasa nuestra percepción audible limitada y al que sólo ciertos habitantes, pertenecientes a los estratos más profundos de la Fonoteca, pueden acceder; dos, que esos silencios son el resultado de la intercesión sistemática de una secta de fonotecarios de hábitos mudos que se dedica a borrar cautivamente sonidos por las salas, a riesgo de ser perseguidos, en la creencia de que sólo el silencio absoluto puede revelar la existencia de un Dios que habita en algún rincón de la Fonoteca.

Uno a veces piensa ineluctablemente, y sin empatizar necesariamente con ciertos dogmas que se propagan por ahí, que debe haber algo rondando más allá; y un hecho es que aún recuerdo etéreamente, dentro del pentágono que me vio nacer, un sonido, en el intersticio del silencio, mínimamente audible por mis oídos pero perceptible en mi piel, que contenía el movimiento de la primera expansión y rarefacción material del universo primigenio (hasta el momento aún desconozco si todos los fonotecarios nacieron rodeados de él, en una suerte de placenta sónica).

La otra circunstancia de carácter indescifrable y ampliamente conjetural, que en este momento me empuja a dejar al menos una breve constancia de ella, es el hecho de haber encontrado, en mis peregrinaciones ascéticas a las capas más elevadas de la Fonoteca, la historia, rumor de muchos y codicia de otros tantos, de la “Biblioteca de Babel”.
En ella se relata la conformación de un Universo incomprensible, compuesto de “libros”, los cuales contienen una representación de la realidad a través de “símbolos ortográficos”.

Sin llegar a descifrar muy bien los misterios que plantea ese Universo, intuyo que la semejanza formal, aunque sensiblemente dispar, de esa “Biblioteca” con la Fonoteca abre la puerta a la posibilidad de una conexión, física quizá y situada tal vez en el centro de ésta, por dónde brota, permea, fluye y circula el conocimiento entre ambos mundos. No sería del todo insensato pensar que un “bibliotecario”, con espíritu de topo, escarbó hacia las profundidades de la “Biblioteca” hasta hallar nuestro mundo y que dejó constancia del suyo en él. Un mensaje en una botella para que alguien como yo lo encontrara. Probablemente no sea así y que mi concepción con ímpetu de fuga fonocéntrica y esa narración sea uno de los tantos diluvios de absurdidad que contiene la Fonoteca.

Mientras tanto, aunque el alcance factual de esa realidad no trascienda en éste punto a la mera ensoñación, me contento en tramar la posibilidad especulativa de que algún “bibliotecario” deambulando un día por los mundos de la Fonoteca se encuentre con mi voz y escalando de nuevo hacia su universo deje un testimonio con “letras” de mis palabras en algún ángulo de un hexágono remoto.

Ésta historia empieza así:

“El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. […]”







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